El embarazo adolescente es un problema de salud pública, socioeconómico y demográfico. Este fenómeno, asociado a múltiples factores sociales, familiares e individuales, perpetúa ciclos de pobreza, así como brechas de género que imposibilitan el disfrute pleno de los derechos para las y los adolescentes.
¿Qué sucede con el embarazo adolescente?
En Medellín, para el año 2019, se presentaron 4295 casos de embarazo adolescente —considerado como aquel que ocurre entre los 15 y los 19 años de edad—. La cifra, aunque inferior al año 2018, cuando se presentaron 4555 casos, representa un panorama retador y todavía alarmante. Popular, Manrique, San Javier, Aranjuez, Villa Hermosa y Robledo son las comunas con mayor ocurrencia de esta problemática.
La falta de educación sexual, las pocas posibilidades de acceso a ofertas de salud sexual y reproductiva, la falta de acompañamiento familiar, el consumo de alcohol o sustancias psicoactivas, la baja escolaridad, y el inicio de la actividad sexual a temprana edad, son algunos factores asociados a la ocurrencia del embarazo adolescente.
Según estudios en salud pública, la actividad sexual ocurre cada vez a más temprana edad. “En América Latina y El Caribe (ALC), aproximadamente 50% de los adolescentes menores de 17 años son sexualmente activos y 53-71% de mujeres tuvieron relaciones sexuales antes de los 20 años. La edad del primer coito es de aproximadamente 15-16 años para las jóvenes de muchos países de ALC, mientras para otros, es tan temprana como los 10-12 años”, afirman los autores Mendoza, Claros y Peñaranda en el artículo Actividad sexual temprana y embarazo en la adolescencia: estado del arte.
En muchos casos la poca comunicación entre hijos y padres, la presión por parte de amigos o pares, la búsqueda de aceptación, o la erotización desde los medios de comunicación, llevan a que los y las adolescentes inicien su actividad sexual no solo a temprana edad, sino desconociendo los métodos de anticoncepción y de protección sexual, y por ende, los riesgos que una vida sexual activa representa.
Un embarazo adolescente no solo podría traer complicaciones en términos de salud, debido a que muchas adolescentes aún no se encuentran físicamente preparadas para el embarazo o para el parto. Las consecuencias también son psicológicas, sociales y económicas.
Según lo explica Profamilia en el informe Determinantes del embarazo adolescente en Colombia, “las adolescentes y jóvenes en embarazo tienen mayor posibilidad de abandonar sus estudios, volver a quedar en embarazo y con ello menor posibilidad de acceder a trabajos bien remunerados cayendo en una de las llamadas “trampas de la pobreza”, bien sea porque al no poder permanecer en el sistema escolar no pueden acceder a trabajos calificados, o porque la condición de pobreza en sí misma imposibilita construir otros proyectos de vida diferentes a la maternidad.
Es por esto que además de los ciclos de pobreza, el embarazo a temprana edad está asociado a la reproducción de las brechas de género, pues limita el acceso a oportunidades en igualdad de condiciones, pero también porque se basa en parte en mandatos culturales que asignan a la mujer el rol de “madre sacrificada” y entregada al cuidado, y al hombre el rol de “macho” que para demostrarlo debe estar activo sexualmente, y el de ser proveedor de la economía.
“Estos imaginarios repercuten sobre todo en las niñas que tienen que dejar de estudiar, dejar sus proyectos de vida parados para asumir el rol de madre. Eso impide que más mujeres jóvenes puedan acceder a la educación superior, o terminar la educación básica; también impide que las mujeres se puedan desarrollar libremente, y participar en la vida social o política, y cuando lo hacen su participación, por su carga académica y laboral, se hace muy difícil”.
Así lo explica Alejandra Ossa Lopera, promotora de la Corporación Con-Vivamos.
Pero a todo esto se debe sumar que la realidad del embarazo a temprana edad también está determinada por otros factores aún más alarmantes. Según Mendoza, Claros y Peñaranda, “si bien muchos adolescentes tal vez deseen quedar embarazadas, muchos se producen en el contexto de violaciones de derechos humanos como el matrimonio infantil, relaciones sexuales forzadas o el abuso sexual”, asuntos todos conectados con creencias machistas y prácticas propias de una cultura patriarcal que ve los cuerpos de las niñas, adolescentes y mujeres como objetos de intercambio o que deben ser poseídos.
Ver: Tejidos de confianza y protección para eliminar las violencias sexuales
De hecho, para el contexto de Medellín, la situación en este sentido resulta preocupante, “no tanto en número sino en la magnitud de lo que ocurre —explica Carolina Peláez, profesional jurídica del SATMED—. Sigue siendo un evento recurrente, y de manera desafortunada, ese embarazo adolescente asociado con violencias sexuales, es decir, el embarazo que se presentan en niñas menores de 14 años, pues allí no se habla de embarazo adolescente como tal, sino que se configura en una violencia sexual. Se ha logrado identificar a través de la Secretaría de Salud que ocurre con niñas de hasta 10 años”.
Educación sexual y derechos sexuales en clave de prevención
“Nosotros decimos que en la mayoría de los casos falta educación, falta orientación, que en la mayoría de los casos es la que genera estos problemas. Por ejemplo, una muchacha de mi colegio que quedó en embarazo nunca supo qué era una protección, y nadie le dijo que esto podía pasar, nunca supo cómo lidiar con eso. Es esa orientación y educación que falta”, reflexiona Nicolás Arboleda, un adolescente de 13 años y participante del grupo Mujer Joven y Vida en la Comuna 1 de Medellín.
Y es que, si bien frente al embarazo adolescente existen buenos resultados en materia de prevención, el hecho de que las y los adolescentes inicien su vida sexual cada vez más temprano, implica mayores esfuerzos en términos pedagógicos y de promoción de los derechos sexuales y reproductivos.
“Que cómo les vamos a hablar de eso a unas niñas de 13 o de 14 años, pero ojo, es que es con la población con la que más se está presentando. Desde la institucionalidad se han dado pasos y muchos acercamientos en los colegios particularmente, pero a veces no se toca porque las instituciones, los padres, o en general los adultos, creen que hablar de derechos sexuales y reproductivos es hacer como una apología al sexo, a que los chicos y las chicas se inciten”.
Carolina Peláez – SATMED.
Pero la educación sexual no solo se trata de hablar de relaciones sexuales o de aspectos biológicos del hombre y la mujer. Tal como lo manifiesta la UNESCO, el propósito de esta es que niños, niñas, adolescentes y jóvenes tengan conocimientos, habilidades, actitudes y valores que les permitan “disfrutar de su salud, bienestar y dignidad; entablar relaciones sociales y sexuales basadas en el respeto; analizar cómo sus decisiones afectan su propio bienestar y el de otras personas; y comprender cómo proteger sus derechos a lo largo de su vida y velar por ellos”.
De allí que sea fundamental que, desde las familias, comunidades e instituciones educativas, se desmitifique la sexualidad y se puedan generar procesos abiertos de diálogo sobre este tema, más cuando niñas, niños y adolescentes están expuestos a través de la televisión, la música o el internet, por ejemplo, a la sexualización de los cuerpos y de las vidas cotidianas.
Por eso, aunque la garantía de estos derechos sea una responsabilidad del Estado, su promoción y prevención nos compete a todos como sociedad. Frente a eso, Alejandra Ossa valora al aporte que colectivos, procesos y organizaciones comunitarias realizan en cuanto a la prevención del embarazo adolescente. Desde su experiencia en la Corporación Con-Vivamos y su formación desde el colectivo Mujer Joven y Vida, ha visto cómo muchas de sus compañeras y participantes de los procesos han tomado la decisión de no ser madres y se han podido informar sobre sus derechos sexuales y reproductivos.
“Ahora podemos hacer un ejercicio de multiplicación de estos aprendizajes, de sensibilización frente al derecho de decidir, frente al derecho del placer, del cuidado de mi cuerpo y el de mi pareja, de la libre elección. También hay una contribución directa a la desnaturalización de las violencias en todos los ámbitos, sin embargo, con especial énfasis en este tema de los derechos sexuales y reproductivos, de la prevención del acoso, del abuso sexual, y de la violación”, puntualiza Alejandra.
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Entre los derechos sexuales se encuentran el derecho a acceder a servicios de salud sexual y salud reproductiva; a obtener información clara, científica, objetiva y accesible sobre el cuerpo y la salud sexual y reproductiva; a acceder a métodos anticonceptivos; a decidir si tener o no relaciones sexuales, así como a tener o no tener hijos y conformar una familia; a la intimidad, la libertad, la integridad, y a no sufrir violencia o coerción de ningún tipo.
Conocer estos derechos es el primer paso para exigir su garantía. Si usted o una niña, adolescente o joven de su entorno necesita acompañamiento al respecto, acudir al sistema de salud puede ser el primer paso, pero si identifica situaciones de riesgo o vulneraciones, el Sistema de Alertas Tempranas de Medellín (www.medellin.gov.co/satmed) estará siempre dispuesto para agenciar los procesos de garantía o restablecimiento de todos los derechos de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes de nuestra ciudad.